miércoles, 16 de enero de 2013

El relato

Del bloqueo creativo al estado de flujo.




A ver qué escribo yo ahora…



Vamos, hay una musa por ahí esperándote con los brazos abiertos, sólo tienes que acércate a ella y darle un beso.


¿Musa?


¡Maldita sea!

Haz un esfuerzo, concéntrate, el dinero que dan con el premio del concurso literario te vendría muy bien. ¿Acaso lo que ganas con las clases de refuerzo te da para salir adelante? Apenas para pagar el alquiler de esta ratonera y llenar media balda de la nevera. No es que no puedas permitirte pequeños lujos, es que ya ni siquiera alcanzas para grandes necesidades. Ahora mismo, por ejemplo, te ves obligado a forzar la vista para leerte a ti mismo porque hace tiempo que la graduación de tus lentes se te quedó desfasada y ni siquiera puedes comprarte unas nuevas gafas. Por no hablar del estado de tu estómago; claro, ¿cómo vas a concentrarte si no para, con estruendosos rugidos, de requerir tu atención?

Basta.

No empezaste a escribir para recordar tus penas, sino para alejarte de ellas. Tu estómago no está hambriento, sólo impaciente; ya se calmará cuando llegue la hora de la cena. Y tu vista cansada por el largo tiempo que aquí llevas, leyendo frases aún no escritas. No escritas sobre ella. Ella.

Pérfida.

La malvada hoja en blanco. Fría y vacía, sólo tus píxeles te acompañan; pero cuando con mis palabras te relleno, te vuelves cercana y amiga, y entonces te amo. Cuánto te quiero y cuánto miedo te tengo, maldita y bella hoja electrónica.

Igual que a ella.

También la amé, y la amo, y también la temí. La temí tanto, que finalmente fue por mi miedo, miedo a perderla, que la perdí. Y ahora aquí estoy, solo, con deudas y con hambre de amor.

Basta de una vez, basta.

No te tortures sin freno, no invoques a los espíritus de nuevo. Eso es ella, un fantasma y nada más. No existe, no es de verdad. Ahora sólo existís la Hoja y tú. Ella te desea. Hazle el amor. Sólo tienes que seducirla con las palabras adecuadas.


Hola Hoja, ¿cómo estás?, me he fijado en que te encontrabas sola y me he acercado a hacerte un poco de compañía.

Bueno, está bien, un poco de humor nunca viene mal. Pero ahora ponte serio, ¿no ves que lo que te pasa es que estás errando en el procedimiento? Nunca encontrarás las palabras acertadas si antes no has acertado en la idea que pretendes expresar. ¿Cuál es el tema, qué es lo que quieres contar? Tiene que ser algo original e innovador pero con un mensaje coherente, atractivo y que no esté exento de rigor, profundo pero a la vez no demasiado enrevesado. Mmm, a ver, hay tantas cosas de las que hablar, tantos temas que tocar. Actuales: la pérdida de valores, la crisis, la revolución de las capas más bajas; escabrosos: el tráfico de drogas, los asesinatos en serie, la prostitución de las mafias; políticos: la corrupción, las guerras, el capitalismo desmesurado (vaya, cuando se habla de política todo lo que se piensa es malo); universales: el amor, la amistad, los mcdonalds…

O en lugar de algo, el tema podría ser alguien. Podrías hablar de tu casero, ese hombre roñoso y desconfiado, con su bigote de cepillo de escoba y sus ojos de búho en permanente vigilia y vigilancia de los muchos arrendatarios (o “potenciales morosos”, nos considerará él), que habitan en el edificio donde vivo; siempre puntual a primero de mes, siempre desaparecido cuando se le precisa para reparar una avería. Podría ser el villano. ¿Y el héroe? Difícil elección, quedan tan pocos ya. Podría ser Jorge, mi alumno de Literatura. Sólo tiene diecisiete años y está aún en su último curso de Bachillerato, pero es muy listo y despierto, y su mente noble y honrada, a la que además acompaña un espíritu humilde al tiempo que emprendedor. Se le ve siempre ansioso de conocimiento. Además, en su mirada detecto respeto y admiración. Y dado que el aspecto con el que acudo a su casa a enseñarle no es quizás el más apropiado, ya que mi repertorio de armario es posible que necesite, desde hace un par de años, de una mínima renovación, a él eso no parece importarle, lo que es de valorar teniendo en cuenta lo mucho que los jóvenes estiman las apariencias. Me cae bien. Jorge, tiene que ser pues, un gran héroe. ¿Y la dama? La dama…

Ay, ella, otra vez ella, siempre ella. El tema podría ser sus labios, sus pechos, su cintura, sus ojos, su sexo… Podría escribir miles de líneas sobre cada pequeña parte de su cuerpo. O podría hacerlo sobre la tortura que para mí representa su recuerdo. ¿Cómo dejar de sufrir, cómo escapar de un fantasma, si el fantasma se esconde dentro de tu mismo pecho?

Escribiendo.

Escribe, escribe sin pensar en nada más, y cada palabra que escribas será una baldosa, un puente, una carretera, que te aleje más de ella. La escritura siempre ha sido tu mejor válvula de escape, la droga más pura, el whisky más fuerte, el sueño más nítido de tu subconsciente. ¿Recuerdas cuando empezaste a escribir, apenas siendo un niño? Padre llegaba borracho, Madre discutía con él, Padre no le pegaba, nunca le puso una mano encima, pero aún así, Madre lloraba, y tú inventabas cuentos en las hojas en blanco del cuaderno que ella te había regalado, para no contagiarte de su llanto. A partir de ahí, tú seguiste escribiendo, y ella llorando. Y nunca tanto como en el funeral del pobre diablo. El alcohol acabó machacando su hígado demasiado pronto, y él, que había sido toda su vida un hombre ruin y mezquino, consiguió arrebatarle sus lágrimas incluso desde la tumba. Fue entonces cuando te diste cuenta de que ella, en realidad, aventurando desde el primer momento cuál sería su destino, siempre había llorado por él.

Por eso la dejaste, ¿no es verdad? Creías que acabarías siendo también ruin y mezquino como tu padre e indigno para ella. ¡Ella! ¡Ah, aléjate fantasma!

Reconozcámoslo, tú nunca te caíste demasiado bien. No sólo escribías para huir de las situaciones, de las peleas, de los problemas, del hambre, del desamor o del ayer. También escribes para huir de ti. Cuando creas una historia, no necesitas un héroe; lo siento Jorge, no te necesito, puede que cuando te doy clases tu fiel atención y tu sana curiosidad me estimulen y plazcan mi autoestima; en la vida real, eres mi héroe, pero cuando escribo, yo soy el héroe, porque puedo jugar a convertirme en aquello que nunca me atreví a ser. Vaya… Así que mi cobardía sufragada a costa de mi imaginación. Visto de lo que me ha valido la una y lo que me ha costado la otra, caro me ha salido tener tanta.

Quizás el problema por el que no consigues escribir, es que has dejado de creerte tu propio cuento. Antes te relamías en el gozo, enfundándote bajo la piel de un romántico conquistador capaz de embelesar con hipnotizantes palabras y sofisticado estilo a la más bella de las bellezas femeninas; antes te regocijabas de placer al transformarte en un valiente y temerario personaje sometido a mil y una aventuras que le deparaba un destino al que, lejos de querer escapar, se enfrentaba con admirable orgullo; antes te recreabas en el éxtasis, convertido en la sombra de un poderoso hombre de negocios, respetado por todos cuando no temido, y capaz de ser despiadado con sus rivales al tiempo que amable con los que no lo eran y también caritativo; antes saboreabas el dulce paladar que se siente al poseer el alma de un rebelde que con obstinado coraje y honrada determinación, se enfrenta a aquellos que detentan la autoridad y han secuestrado aprovechándose de su posición, a la justicia. Ahora, todos ellos y sus muchos amigos, disfrazados con máscaras trágicas, te lanzan burlas y se ríen del hombre mediocre en el que te has enfundado/transformado/convertido y que te ha poseído. Y te dicen: «Creador, tu creación te ha superado, de tal forma, que somos más reales que tú, y tú, sólo una farsa».

Bufones son mis héroes. Y yo ahora, el chiste.

¡Basta! ¡Basta de una vez! Escribiré por fin, aunque sea sin ellos, aunque sea contra ellos. Yo seré esta vez el protagonista del relato. Mi yo verdadero, sin máscaras, sin pieles que mudan de una narración a otra. Sin héroe y sin villano, pues yo soy ambos y los dos viven en mí. Y sin dama. ¡No! Yo solo, sólo yo, desnudo ante la Hoja, igual que ella se muestra al principio desnuda ante mí, y la iré vistiendo con mis deseos y mis realidades, mis verdades y mis mentiras, mis virtudes y mis defectos, mis sueños y mis pesadillas, y al tiempo que ella se viste, más desnuda quedará mi alma.

¡Empieza pues! No busques más el conflicto, pues lo tienes delante de ti: es la misma Hoja, ahí quieta, esperando que la poseas. Llénala. Con tus inquietudes y tu angustia derivada del bloqueo en el proceso creativo, el bloqueo en el proceso creativo derivado de tus inquietudes y angustias personales. ¡Pero al final venceré y saldré adelante! Con ingenio, con imaginación, con afán de superación, y mis ganas de escribir me aportarán ganas de vivir, de nuevo. ¡Oh, ya ha empezado, ya lo noto! Cómo me gusta esta sensación; es como hacer el amor con las palabras hallándose el orgasmo al final de cada frase. Todo lo que escribo me sale de una vez y enlazo una idea con la otra, y ésta con otra y con otra más y ya no puedo parar, no puedo mirar atrás. El estado de flujo fluye dentro de mí y ahora soy feliz. Es la fiebre del escritor, que me domina por completo, apoderándose de mi mente, de mi cuerpo, moviendo mis manos como si fueran las de una marioneta, para que presionen teclas y teclas una y otra vez, una y otra vez, una y otra…

Mis manos. ¡No están, no las tengo! ¿Dónde están mis manos? Y… ¿Dónde estoy yo? ¡He desaparecido, me he volatilizado! No, no es así…

Estoy en la Hoja. O ella soy yo. Oh, pérfida. Pretendía poseerte, y tanto empeño y deseo he puesto en ello, que no me di cuenta de que al final, tu acababas poseyéndome a mí. Está bien, lo acepto, pues así sin duda ha de ser. No sería ésta, la primera vez, que una gran obra consume a su pequeño e insignificante creador. Y qué mejor que esa obra sea ésta misma, la que habla de mí, de una forma tan pura y honesta, que en ella me he metamorfoseado.

¿Pero qué me sucederá ahora? ¿Cuánto estuve escribiendo, cuánto dentro de ti, que es de mí? No sólo perdí la forma carnal en mi estado de flujo, sino también la noción del tiempo. Pero mucho ha debido de ser, pues ha llegado mi casero, barriendo con su bigote cada estancia del piso, en una búsqueda que le será inútil me temo. Entra aquí y no me ve, aunque estoy. Su próximo paso sin duda, conociendo su tacañería, será desconectar la luz, pues al ver este ordenador encendido, en el que ahora yo habito, su cara no se ha mostrado muy complacida.

Me queda poco tiempo entonces. ¿Moriré o sólo dormiré? ¿Despertaré, renaceré? Si alguien me lee, tal vez. Si es usted esa persona, espero que no se haya molestado por mostrarme tal como soy, con lo bueno, con lo malo, ya sabe, con mis mentiras, con mis verdades. Espero, con honrada intención, que nuestro encuentro le sirva para tener en cuenta a partir de ahora y cada vez que lea una obra literaria, que ésta puede decir mucho sobre la vida de su autor, tanto, que ella misma se encuentre llena de vida, aunque sólo le parezca a simple vista, que esté frente a una hoja de papel o electrónica. Así que antes de juzgar, criticar, ignorar o repudiar, piense que además de leer un texto, está también leyendo a una persona.

Oigo como el casero abre el cuadro de luces. Está a punto de desconectar. Me marcho, me despido, y no me queda nada más que decir, ya que supongo que éste es el



FIN
 

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